Ir al contenido

¿Cómo fue tu primer beso?… Experiencia de una joven lesbiana

Había pensado que la mejor opción era borrar ese primer beso. Lo único que pensaba era en la decepción que podría ser para mi familia. Además, me sentía extraña: como si algo no funcionara en mí y me hacía diferente a los demás. Repetía una y otra vez la escena en mi mente: me había dado un beso con otra mujer.

Sentía que no era lo correcto, que había algo malo en mí o que tal vez no sabía lo que estaba haciendo. No podía contarle a mi familia sobre lo que estaba sintiendo y mucho menos lo que había hecho. Pero… tenía la necesidad inherente de volver a hacerlo porque había sentido que justo en ese momento era lo único que quería, que no había nada malo en mí y que eso lograba mover cada fibra de mi cuerpo.

Pero no fue así, lo único que hice fue de llenarme de razones para pensar que yo era la mala, que estaba en un camino que no debía y que sería una decepción para todos. A los días de ese primer beso con ella, la mujer que siempre me había gustado, conocí a un familiar del novio de mi hermana, era bien parecido, decían ellos. Y sin dudarlo un momento, como un impulso me lancé sobre él tratando de borrar lo que hasta entonces había sentido y hecho. “A ti te gustan los hombres, a ti te gustan los hombres”, me repetía una y otra vez mientras borraba todo rastro del pasado.

Crecer en una familia en que la religión y el machismo estaban de por medio no me dejaba ver lo que había hecho hasta entonces, sentirme ajena a mi cuerpo, sentir que todo lo que pensaba o sentía estaba mal y que, de alguna manera, todo lo que deseaba no era de alguien normal. Por eso estuve con muchos hombres, tratando de aclarar lo que yo era, obligándome a vivir lo que hasta entonces me inculcaban que era bueno y alejándome cada vez más de lo que sentía. Llegué a estar con personas que no quería solo por cambiar mis ideas, besar y tocar cuerpos que no deseaba y sentirme sucia por usarlos a mi favor.

“A ti te gustan los hombres, a ti te gustan los hombres”, me repetía una y otra vez mientras borraba todo rastro del pasado.

Años después, cuando entré la universidad el mundo se detuvo. Y como si de repente abrieran las ventanas de mi esencia todo salió como una melodía de piano. Las personas que conocía me decían sobre sus gustos, sus pensamientos y sus miradas. Ya no me sentía sola. No me sentía diferente por sentir lo que siempre había reprimido, ni me sentía mal al ver a dos chicas pasar por la calle tomadas de la mano o a dos chicos besarse en medio de una tarde, mostrando el amor que no me había tenido durante años.

Desde ese momento entendí que no era yo quien estaba mal, que había permitido que todos esos pensamientos intervinieran en las personas que me tocaban, me miraban o entraban en mi vida. Pero no, no debía ser así. No debía decir más que el primer beso fue con un niño que mi familia adoraba, sino con la niña que me había gustado en el colegio. No debía sentirme más ajena en mi propio cuerpo, sino que podía amar estando en él sin temor a decepcionar a los demás, pues cuando pude entender esa resistencia que había tenido hasta ese momento contra mí, era la misma que debía tener contra los demás. Pues finalmente nadie podía vivir mi vida, podía amar con libertad como yo y podía decir al mundo, sin miedo ni tapujos: que me gusta y amo a una mujer.